Recuerdo cuando te esperaba, cuando contaba los días pensando en cuándo llegarías, solía salir a caminar, unas veces preocupado, otras veces tranquilo, en muchas ocasiones me detuve en el buzón porque sabía que allí te encontraría, usualmente a fin de mes.
Nuestra relación siempre fue algo extraña, llegabas una vez al mes, trayendo contigo esa información que yo tanto necesitaba, y luego me tocaba esperarte durante otro largo mes, con incertidumbre, teniendo cuidado de no hacer alguna cosa que pudiera provocar que en tu próxima visita me trajeras malas noticias.
Mientras esperaba tu llegada, dejaba la luz del cuarto encendida, pero solo hasta las 10 de la noche, escribía, pero prefería hacerlo mientras duraba la luz del día, leía por las tardes en la hamaca, utilizaba el abanico de mano que me había regalado mi abuela.
Cuando asomó la pandemia, estuviste mucho tiempo sin llegar, pasé muchos meses sin verte, tuve miedo de perderla. De ti dependía tanto el poder retenerla, ella me daba tantas cosas que siempre he creido necesitar: calor si tenía frío, frío cuando tenía calor. Recordaba con tristeza todo el tiempo que no estuvo conmigo. Sabía que, si tú no llegabas, era una posibilidad real que podía perderla, quizás no para siempre, pero sí sabía que por el tiempo suficiente como para quedar sumido en la oscuridad, pasando largas noches de calor en el verano, sin poder dormir, privado de escribir cuando deseaba hacerlo por las noches, imposibilitado de leer al caer la noche, quizás hasta hambre pasaría. No sabía qué hacer, escribí, hice tantas llamadas preguntando por ti, pero nadie sabía decirme de tu paradero.
Hoy, 4 meses después, llegaste y ahora que estás aquí, tengo miedo de mirarte. En el sobre que te contiene, y que decidí dejar sin abrir otra noche sobre la mesa, está escrito el tan temido remitente, ese poderoso gigante: Autoridad de Energía Eléctrica.

By Milly

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